Crónicas de un miércoles cualquiera XXXV…O del cuento de los tres defectos…

¿Saben eso de que va uno a una entrevista de trabajo y le aparece un tipo entrenado por el Mosad que le pide que comunique allí mismo sus tres peores defectos? ¿Les ha pasado? Seguro que sí.

El tipo le mide las pulsaciones desde su silla enfrente sin siquiera tocarle.  Sabe hacerlo porque en Israel tuvo que interrogar a multitud de terroristas.

Entonces usted tartamudea, y él levanta ligeramente la ceja izquierda. Su mente busca desesperadamente uno de esos adjetivos de doble cara un: «soy excesivamente ordenada» o «me exijo demasiado a mi misma». Algo así sería perfecto y sin embargo usted sólo visualiza una ristra de meteduras de pata, impuntualidades, caídas y golpes; en HD y Dolby Surround. Se le dilata la pupila y el entrevistador se yergue en la silla: ha detectado un síntoma de honesta inseguridad. Usted se ha hecho un poco de pis. No, el entrevistador no es malvado, es sólo que su pasado excitante cazando espías dobles le ha provocado una mezquina frustración que suple incomodando a pardillos de Curriculum.  Hoy usted es el enemigo y él el que sujeta el detector de mentiras.

Saben de qué les hablo, ¿no?

Se apaga el cerebro, se corre el telón. Aspiro profundo porque no tengo la menor idea de lo que va a salir por mi boca.

– Soy un poco desorganizada y ….

– ¿Sí?

– Pero poco.. y … y … bueno que a veces rompo cosas.

– ¿Rompe cosas?

– Eh, no quiero decir… que alguna vez he roto alguna cosa.

– Cómo qué.

(¡¡María levántate y vete, levántate y vete!!)

– Bueno , en verdad, esto…profesionalmente tampoco afecta. ¿No?

En ese momento hace efecto la droga esa que usan para que digas la verdad. Hay un foco sobre mis ojos y estoy en una nave abandonada  de ladrillo y vigas vistas. El hombre sostiene un paquete de cigarrillos y se inclina sobre mi.

– Qué has roto, María.

Creo que tengo sangre en el labio, es posible que me hayan pegado, o quizá sea sudor. No sé cuántas horas llevo allí pero las piernas y los brazos no me responden. Las neuronas se mueven despacio como si fueran obesos en un cerebro ingrávido. No reaccionan. Entonces empiezo a contarlo:

– A ver, es que el otro día estábamos en casa, de comida de hermanos y novia. Y mi padre decía: «María, enséñales a tus hermanos la plancha que compramos ayer». Y mi madre: «Que no, que la niña no puede».

Y entonces yo pensé para mi:» ¿¿Que la niña no puede?? ¿¿Que la niña no puede?? La niña va a coger ahora mismo la plancha».

Y en el camino hacia la plancha pensaba que aquél cacharro no era para tanto, ¿Sabe?

El señor del Mosad frunce el ceño y tuerce la cabeza confuso.

– En el fondo no estaba segura de poder cogerlo pero aún así lo cogí. Tenía que demostrarles que podía ¿Me entiende?¡No pesaba tanto! Con la emoción calculé mal la distancia y golpeé la plancha contra el marco de la puerta del salón. Las cinco cabezas se giraron hacia mi. Y yo reí con un poco de cara de susto.  Había leído en la cara de mi madre el recuerdo de cuando rompí la puerta del friegaplatos minutos después de que nos lo instalaran. Entonces me asusté un poco y agarré la plancha con más firmeza sin dejar de sonreír.

– No sé si me sigue.

– Eh, Sí.

– Pues agarré más fuerte de los lados y continué avanzando para mostrar tan magna pieza de planchado. Cuando de pronto aquello se desmonta y se va al suelo. La plancha por un lado, el depósito por otro y la base sobre mi pie. Le juro que no sabía qué estaba pasando. Estaba todo esparcido por la habitación y yo seguía con los brazos en la misma postura, sujetando el aire. Cómo sería la torta, que la tapa del depósito había saltado sobre la televisión. Así fue. Yo no daba crédito. La novia de mi hermano lloraba de la risa y el resto creo que también. Y venga a llamarme torpe. Y yo: «¡que no soy torpe, que lo he cogido por donde no era!»

Y ya ve; rompo cosas, especialmente electrodomésticos y particularmente si son recién comprados.

El hombre se deja caer decepcionado sobre su silla de oficina. Esta vez no tiene a una agente doble. Ha de volver a la frustrante realidad.

– ¿Entonces dices que hablas inglés?

Yo me he relajado tras la tortura imaginaria. El fracaso siempre trae algo de paz consigo y saberse torpe es saberse algo al menos. Ser uno auténtico.

Pues bien, esto de la entrevista es mentira,  Lo de la plancha no. Lo de la plancha ocurrió el sábado pasado. Pero en mi extraña cabeza todo se une: ante un futuro laboral que espero se tambalee mucho, sufro pesadillas con entrevistadores del Mosad a los que espeto inapropiadas historias.

Aunque bien pensado… Es que SOY mis inapropiadas historias de miércoles, ¿no? Quizá a partir de ahora empiece a contarlas sin más en cada entrevista. 🙂

lecheFoto: dailypicksandflicks.com

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