«Y ahora dirá algunas cosas. Las que se pueden decir seguidas, como una cuerda. Las que recuerda, las que se encienden como bengalas. Las que hay que arrancar como si fueran cebollas. Las que hay que decir en voz baja y las que hay que decir poco a poco. Las que queman. Las que se dicen mirando los árboles, y las que se dicen mirando la hierba, y las que se dicen mirándonos las manos, una encima de otra, y después mirándome a mí. Yo escucharé. Después diré algunas cosas. Lo que pueda. Y luego se hará de día. Primero de color gris, después azul y después amarillo»
Anoche, una llamada salvo esa inquietud musical que busca tentaciones latentes por descubrir llevándome a la Sala -si se puede llamar a eso sala- Trocadero Commodore. Allí se subían a las tablas, por primera vez, Princess Margaret & The Slaves ante la mirada de los colegas, mujeres y algún enrollado que se tomaba un Pisco Sour en la barra de abajo con sed de compartir sábanas.
Estos tíos tienen actitud, pose, y han bebido de los anales del Rock, descorchando discordias y acordes que hacen levitar el alma. Ante una Sala que no suena, que no acompaña y tampoco luce, más allá del lumpen madrileño de postín, dieron un bolo sólido. Apaciguando los nervios iniciales que acongojan cuando te desnudas, fueron encontrando la distorsión necesaria para llevarnos a su universo sinfónico, repleto de postrock sin ataduras.
Cucho acaricia su Fender con un tacto de puta de lujo, que diría Quique, y juega con los pedales alcanzando el vértigo que necesitan sus canciones hasta rabiar. Y la base rítmica es impecable: le secundan con efectividad y firmeza, una p*t* bomba de relojería; esto es lo que importa cuando te marcas un trío.
Fue un comienzo prometedor en una noche de jueves de invierno que logro destrozarnos los oídos de sinceridad y romanticismo. Me quede con ganas de más. Su presencia y talante son su mejor baza, les falta echarle más huevos para conquistar Malasaña.