Crónicas de un miércoles cualquiera XXIII…O de las muelas del juicio…

A escasos días de Septiembre le sobreviene a una algo como ansiedad de volver, aunque no se hay ido de vacaciones, yo lo llamo el síndrome de «este-año-sí». Los seres humanos somos seres de fechas. Nos ponemos límites y plazos sin parar. Septiembre es uno de esos y sé lo que están pensando: que año nuevo es LA fecha y no septiembre. Pues no. Enero es para propósitos huecos, abstractos, generalmente autocríticos e inalcanzables (adelgazar, dejar de fumar, ahorrar….) .
 
Septiembre es el verdadero hito del año, es el momento de acometer actividades en positivo. Piénsenlo: la vuelta al cole, los cuadernos nuevos, las inscripciones a gimnasios y, esto es clave, las colecciones en fascículos. Los publicistas de Planeta DeAgostini lo saben. La vuelta de las vacaciones nos llena de una especie de energía creadora que nos hace querer construir nuestra propia maqueta de un coche de los años 40.  Nunca nadie termina esas cosas, pero ¿Cuánta empieza? Es probable que ni siquiera existan los fascículos finales de nada, pero esto sería un artículo de investigación. Hoy sólo quiero probar que este síndrome existe y que yo me veo afectada por él cada septiembre. 
 
Bien, allá por 2008, en plena crisis del «este-año-sí», incrementada por una reciente ruptura sentimental, me había envalentonado y tras cortarme el pelo había decidido, por fin, extirparme las muelas del juicio. Para qué mentir, me sentía Erin Brockovich.
 
– Niña, te quito las cuatro de golpe, ¿No?
 
– Hombre, mejor dos primero y si va bien ya vemos las otras dos.
 
Tras un largo silencio – Mira, yo te hacía las cuatro… La gente como tú .. es mejor. –
Aquél gordo de pelo cano había pronunciado  «gente como tú» con un tono que no me gustaba nada. Me hablaba repanchingado desde un trono de madera con bordados de oro del que estoy segura que le colgaban los pies. La papada le acompañaba el movimiento de la boca. Estábamos en el centro de un despacho de unos 60 metros de mármol decorado con alfombras de pieles de animal, en el que él resultaba pequeñísimo. Uno de esos gordos, bajos y de sonrisa constante que dan mala espina. Fijo que era narcotraficante. 
 
– En serio – pronunciando aún más la sonrisa – yo te duermo y ni te enteras.
 
( Va listo)
 
– No , no, de veras, que a mi , verá , es que estas cosas me dan cosilla.
 
– Ya … – lo había dicho con despectiva decepción. Interiormente se estaba despidiendo de la venta de mis riñones, estoy segura.
 
Una vez dentro, depositada mi madre en la sala de espera, aparece un dentista de unos 12 años con una jeringa. ( Ahora sé que aunque no tengas 50 puedes ser un buen profesional pero en aquél momento no )
 
– Abre la boca. (pinchazo) y ahora dejemos que haga efecto.
 
Yo respiraba deprisa, como siempre que temo una muerte súbita.
 
_ Oiga, perdone. Es que se me está durmiendo el ojo.
 
– Eso no es nada. 

– ¿Seguro? Que noto el párpado caído. – Todo esto mientras movía la cara sin parar para ver que no se me estaba durmiendo el resto del cráneo. Decía «Cuáquero» sin decirlo, o sea, sin voz. Prueben, pero pronunciando fuerte, es una estupenda palabra de gimnasia facial, aunque es mejor no hacerlo en público.
 
– A ver niña, la de arriba es fácil pero la de abajo va a ser chunga – afirmaba sosteniendo un serrucho en una mano. – Va a haber que partirla.
 
Con tres tubos en la boca y una auxiliar sujetándome la campanilla la única forma de expresar mi rechazo a la intervención era mediante extraños sonidos guturales.
 
– Gghnnn , ghhnnnn – Eso era » no lo haga, no lo haga».
 
– Si te hago daño, levanta la mano izquierda.
 
Primer toque. Guiño el ojo.
 
– No cierres! – grita dislocándome la mandíbula.
 
Segundo toque. Ruido de sierra. terror. Alzo mano izquierda de forma preventiva. El tipo lo ignora. La masacre empieza a salpicar en sus gafas. Dolor en el cerebro. Mano izquierda tan levantada que se introduce en la nariz de la auxiliar. Ella me mira con pena.
 
– Ya hija ya, ya sé que molesta (¡¿MOLESTA?!) pero no podemos ponerte más anestesia.
 
– gghhnnnng. – Sonido gutural de pena máxima.
 
Yo por si acaso no bajo la mano hasta el fin de la escabechina. Me sueltan. Los mofletes me rozan con los hombros. Palpitan. No puedo cerrar la boca, así que me sujeto la barbilla con la mano que a la vez hace la función de recoge babas. Me acerco a la puerta de la sala de espera, no quiero prodigar mi deformidad.  Mi madre se levanta como un resorte, y esto alarma a unos niños que juegan inocentes, sin saber lo que les espera. Al verme cambian el gesto a pucheros de horror y tratan de escapar.

La enfermera me retira de allí casi con un placaje para evitar una rebelión social.
 
– Vale niña, ya sabes, comida líquida y fría. El miércoles que viene vuelves a quitarte las otras dos.
 
– Ghhnnnn – Sonido gutural de «VAS LISTA».
 
Hoy, miércoles de 2013, aquejada del síndrome de septiembre, Erin Brockovich ha recuperado el valor para quitarse las otras dos. Bueno para pedir cita.

DentistaFoto: archives.gov.on.ca

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